La máquina

Algo nuevo del tintero

He aquí una historia original, recién salida de Scrivener, el programa en el que escribo.

Desde el momento en que la vio, Jacinto sabía que debía tenerla. Parecía que posaba para él, detrás de la ventana.

Entró a la tienda, caminó despacio, procurando arrastrar su pié derecho lo menos posible, para pasar desapercibido por los escasos clientes, y se acerco titubeante al mostrador. La dependienta, una chica pelirroja de unos veinte años, estaba tan absorta en la pantalla de su celular, que parecía no darse cuenta de la presencia de Jacinto.

—¿Disculpe…?

—¡Hay, cabrón! —la chica brincó, y el celular voló de sus manos—. ¡Nunca te acerques por detrás!, o por lo menos haz ruido, chamaco!

Se agachó a recoger el aparato, regalándole a Jacinto una vista de sus generosos senos sin sostén, a través del amplio escote de su blusa amarilla.

—¡Puta madre! Estaba por terminar el nivel trece —Dejó el celular sobre el mostrador y lo vio a los ojos—. Nunca había pasado del once.

—Perdón —la voz de Jacinto parecía poco menos que un susurro.

—Bueno, pequeño —recargó los codos sobre el mostrador—, ¿que te trae por acá? No eres el tipo de persona que usualmente frecuenta la tienda de mi madre.

—Eh, este… —la vista irrestricta del escote lo hizo titubear por un momento.

—¡Hey! Mis ojos están acá arriba.
Jacinto sintió el calor subir por su rostro.

—Eh… Ah sí, sí —sacudió la cabeza, como si reacomodara sus ideas—. ¿Cuánto cuesta la máquina?

—¿Máquina? ¿Qué máquina? —la pelirroja se irguió.

—De escribir. La de la ventana —movió la cabeza en esa dirección, sin dejar de ver sus pies.

Ella salió de detrás del mostrador y caminó a la ventana, para ver de qué máquina se trataba.

—Mmmm… ya veo. ¿Para qué quiere un niño como tú una máquina de escribir?

El niño miraba al suelo y se tallaba sus pequeñas manos la una con la otra, nervioso.

—Entonces… ¿qué vas a escribir en ella?
Jacinto se soltó las manos, las apretó en dos puños, la miró a los ojos y dijo:

—Una novela.